jueves, 1 de septiembre de 2011

"Llueva o haga sol"

Nos acompañan muchas veces, cuando llueve con fuerza o cuando el sol insiste en quemarnos con sus rayos. Incluso viven conmigo y hasta tienen reservados sus propios lugares en mi casa. Él, detrás de la puerta de entrada, escondido en una esquina, oculto pero gozando de la compañía de otros de distintos colores y tamaños. Ella, recogida en el trastero en época de nieves, y más altiva y presumida en temporada de calor, ocupando el centro del jardín sobre una mesa blanca y espaciosa. Se despliega a los primeros rayos de luz y se repliega cuando llega la hora del sueño, no el de la siesta… que es cuando más la necesitamos…

Me paseo con él por la ciudad. Siempre me acompaña en el coche. Soy una interesada. Lo reconozco. Sólo lo uso cuando lo necesito y me molesta tener que llevarlo colgado de mi brazo si en algún momento deja de llover.

Me gustan los paraguas de diferentes colores, haciendo juego con mi atuendo. Si llueve ya, me acompaña uno fuerte y seguro. Si sólo se atisba agua, lo prefiero pequeño, discreto y recogido en su funda como un aparejo más de mi bolso.

Me entusiasman también los paraguas grandotes, de a dos, esos pensados para ir como con la casa a cuestas, abrazada a tu amante, apoyada en su hombro con el pretexto clarividente de buscar su refugio...

Me encantaría que con el sol de la primavera o el verano pudiera llevar ese paraguas delicado y clarito que llamamos sombrilla. Pero resultaría cursi. O eso dicen. Hay que ser una bella, delicada, enfermiza o avejentada dama de piel nacarada para portarla. Me conformo con mirarlas vivarachas en esas tenues pinturas de Seurat o del mismo Sorolla… tan deslumbrantemente blancas y brillantes…

Los bebés las lucen graciosas, pinzadas en sus cochecitos y silletas con esos muelles giratorios que sus progenitores terminan rompiendo de tanto zarandear en busca de la mejor sombra para su retoño…

Bajar a la playa con sombrilla queda de lo más chic. Si aprieta el calor, no me separo de ella, salvo para correr al agua… Me divierte que vuelen y se choquen unas con otras cuando el viento hace una de las suyas, y ver como sus dueños corren tras de ellas desesperados y ridículos por culpa de su caprichoso vaivén.

Me encantan también las de rafia… ésas que pueblan las playas caribeñas con olor a coco y sabor a sal, hieráticas y firmes, con sus propios soportes para tener siempre a mano la caipiriña o el ron helado…

Siempre me protegen, llueva o haga sol, y si me adornan, mucho mejor. Qué interesada soy. Cuando no necesito esos cascarones móviles de diseño, los arrincono sin escrúpulos en el desván o en un lugar poco visible de la casa. Y cuando llueva o apriete el sol y el calor, correré una vez más en su búsqueda, imploraré su compañía y les haré hasta partícipes de mis confidencias con el único afán de protegerme en su redonda guarida bajo las gotas de lluvia o los rayos luminosos. Más vale que no hablan ni sienten, porque si no, hasta me odiarían…
Queremos con estas fotografías que ahora les dedicamos redimir la culpa, concediéndoles todo nuestro cariño y atención…